Había pasado mucho tiempo cuando llegó la bandeja humeante. El aroma exquisito que desprendía hizo olvidar al gulafra su impaciencia. La espera había merecido la pena. El enano muerto reposaba en la bandeja y no solo estaba sabroso sino que incluso parecia feliz.
jueves, 27 de septiembre de 2012
La estrategia del cronopio
El cronopio se aloja en el pequeño espacio detrás de la mirada. Puede proyectarse y crece, toma forma, ocupa el espacio. No es amigo de otros cronopios y le disgusta profundamente la arrogancia. Ama la luz tenue y los espejos. Solo se alimenta de colores.
introito
No se trataba de una especie conocida. Este hecho no llegaba a causar extrañeza: ciertas similitudes tangenciales con sistemas conocidos permitían una aproximación confiada.
Aún mostrando claramente el mapa del desastre, su territorio aparecía inviolado. Los peregrinos interpretan esto como la prueba de una naturaleza excelsa: este punto no ha sido confirmado hasta el momento.
Pronostico
Florecen inclusives amapolas sobre el fango. Como clips, como luces, como puntos. Acarician las alas del viento murciélagos amables. El hombre del tiempo predice bombas.
jueves, 12 de enero de 2012
El beso
El buceador se aprestaba a sumergirse. Aunque sabía que su habilidad natatoria era limitada, confiaba en la fortuna. Quien sabe qué ocultas maravillas le esperaban en las profundidades. Se puso su escafandra, y comenzó el descenso.
Pasmado con la belleza de las anémonas que poblaban el lecho, aturdido con la hipnótica danza de las medusas, el buceador avanzaba sin cautela. De repente, cerca de la frontera del agua, una sombra.
Te conozco, bacalao, pensó el buceador. Conocedor de la astucia que la voz popular le atribuye, preparó sus defensas. Sin embargo, fue tal el encanto que desplegó el teleósteo, tan cargada de significado su veleidosa danza, tan amorosa su apacible presencia que el buceador, aturdido, se quitó la escafandra y cogiendole suavemente por las branquias se recreó en un dulce, intenso, último beso.
Pasmado con la belleza de las anémonas que poblaban el lecho, aturdido con la hipnótica danza de las medusas, el buceador avanzaba sin cautela. De repente, cerca de la frontera del agua, una sombra.
Te conozco, bacalao, pensó el buceador. Conocedor de la astucia que la voz popular le atribuye, preparó sus defensas. Sin embargo, fue tal el encanto que desplegó el teleósteo, tan cargada de significado su veleidosa danza, tan amorosa su apacible presencia que el buceador, aturdido, se quitó la escafandra y cogiendole suavemente por las branquias se recreó en un dulce, intenso, último beso.
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