El buceador se aprestaba a sumergirse. Aunque sabía que su habilidad natatoria era limitada, confiaba en la fortuna. Quien sabe qué ocultas maravillas le esperaban en las profundidades. Se puso su escafandra, y comenzó el descenso.
Pasmado con la belleza de las anémonas que poblaban el lecho, aturdido con la hipnótica danza de las medusas, el buceador avanzaba sin cautela. De repente, cerca de la frontera del agua, una sombra.
Te conozco, bacalao, pensó el buceador. Conocedor de la astucia que la voz popular le atribuye, preparó sus defensas. Sin embargo, fue tal el encanto que desplegó el teleósteo, tan cargada de significado su veleidosa danza, tan amorosa su apacible presencia que el buceador, aturdido, se quitó la escafandra y cogiendole suavemente por las branquias se recreó en un dulce, intenso, último beso.
jueves, 12 de enero de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hay infinitos universos. Disculpad si en alguno digo alguna sandez. (recogido en la red)